Desde la sórdida soledad de las letras respiro,
en el calabozo de las historias me reinvento,
archivando nombres, rostros y recuerdos.
Tomo historias ajenas y las siento como mías,
las cobijo y les doy sentido para ayudar a transpirarlas,
sintiendo los latidos de quienes las vivieron,
las ansias de contarlas para arrancárselas del pecho,
de querer liberarse en repetirlas,
adopto su tristeza como mía.
Con sentido,
rimas y melancolía escribo lo que callan,
lo que les aprieta el pecho,
les corta el sueño y les provoca lluvia,
son pesadas montañas de soledades que acumulo,
de suspiros, angustias y desvelos.
Escribir no es un talento,
es el martirio de saber hacerlo,
hablando por muchos,
reviviendo de madrugada,
durmiendo con el miedo que me dejan,
sin que nadie escuche,
sin que nadie pregunte,
sin que nadie venga.
Aquí voy maquillando y reconociendo,
que soy lo que un día me dijeron,
un poeta maldito.